El amanecer no fue algo de Einstein o Robinson. Fue algo nuestro, de hacer que tan solo permanecer juntos frente a algún cambio y que este no produjese cambios en nosotros, hiciese que una luz incandescente se encendiese y se apagase, en la orilla de cada rió, en la duna más extrema, o en la montaña más alta de la ciudad, pasadas 7 horas de cada día. Ya si este cambio fuese malo o bueno, fuese producir mejoras o peoras, o si este amanecer fuese a ser cubierto por nubes en poco tiempo.
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